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México niega la expulsión de cristianos evangélicos

México tiene una “política de negación” acerca de los miles de cristianos evangélicos obligados a abandonar sus hogares a causa de sus creencias, de acuerdo con un activista de derechos humanos de México.
Pedro Faro Navarro, director del Centro de Derechos Humanos Casas Las Fray, acusó al gobierno de “maquillar las cifras” de personas desplazadas por la fuerza, ya que han dejado la Iglesia “tradicionalista”, que combina aspectos del paganismo indígena y el catolicismo popular.
Dijo que la escala del problema es difícil de calibrar. “Desafortunadamente, no hay registros que podemos utilizar para contar oficialmente el número de casos debido a que el estado mexicano nunca ha reconocido el problema del desplazamiento forzado interno,” dijo.
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De acuerdo con la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos, una organización no gubernamental, se llevaron a cabo más de 287.000 casos de desplazamiento forzado interno en los últimos cinco años. Sin embargo, la Comisión Nacional de Derechos Humanos acreditada por la ONU sitúa la cifra en alrededor de 35.000.
Las presiones que enfrentan los cristianos evangélicos son más comunes en las comunidades indígenas, debido a la percepción de que están perturbando la vida cultural.
No existe una ley nacional en materia de desplazamiento forzado interno, porque el estado no quiere reconocer que hay un problema, dijo Faro.

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Cientos de familias evangélicas han sido expulsadas de zonas indígenas

Faro dijo que el aislamiento de las familias evangélicas se agrava por el tradicional Día de Muertos y Halloween – la variante moderna importada de los EE.UU.. Ambos se celebra ampliamente en las escuelas, pero las familias cristianas evangélicas han dicho que sus hijos se vieron obligados a tomar parte en las celebraciones en contra de su voluntad.
En junio, más de 100 protestantes afirmaron que las autoridades locales le obligaron a abandonar su pueblo por no tomar parte en las fiestas locales.
En 2009, una familia protestante se le dijo que no podían enterrar a su hijo en un cementerio local porque habían dejado la iglesia “tradicional” (católica). Con poca voluntad política para intervenir, tradicionalistas y evangélicos han caido en un punto muerto, Faro no ve ninguna señal de mejora inminente. Sin un esfuerzo renovado de diálogo entre las dos partes, que dicha marginación de evangélicos sólo empeora.
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